“La relación con la comida es para el niño una primera forma de comunicación y de expresión de sus emociones”

Las italianas Pamela Pace y Aurora Mastroleo son psicoanalista y psicoterapeuta, respectivamente, y las máximas dirigentes de la Asociación italiana Pollicino e Centro Crisi Genitori Onlus, que promueve iniciativas de prevención e intervención en trastornos psicológicos y, de manera especial, en trastornos de la alimentación en niños de 0 a 16 años. Fruto de su experiencia en el campo surgió el libro ‘¿Come o no come? Los desórdenes alimentarios’, publicado en España por editorial Gedisa, que aborda el vínculo alimento-amor-mensaje y explica cómo la comida constituye una forma de comunicación entre padres e hijos a la que los primeros deben prestar atención.

Por Adrián Cordellat

La alimentación de nuestros hijos es uno de los temas que más nos preocupan a los padres. ¿Por qué consideráis que es un tema que genera tanta angustia?

Cuando un niño comienza a mostrar una relación alterada con la comida la familia de hoy en día entra en crisis, sobre todo cuando son bebés y aún no son capaces de hablar. En estos casos, aunque también sucede con los niños mayores, la ansiedad y la preocupación impregnan a veces el ambiente familiar y la familia se ve presa de un laberinto emocional hecho de culpa, ira, miedo y, con cierta frecuencia, de aislamiento. Esto puede estar relacionado con la era moderna, caracterizada por una cultura higienista de la vida y el bienestar. Mamá y papá se insertan hoy en una sociedad que hace hincapié en la apariencia, la imagen, la delgadez; una imagen sobre la que la publicidad y los medios de comunicación transmiten instrucciones precisas que afectan a los propios padres y a las opciones alimentarias dentro de los contextos familiares.

¿Hacemos bien mostrando tanta preocupación o deberíamos mostrarnos más relajados ante este aspecto?

Debemos tener siempre en cuenta que el ejemplo que damos los padres es la mejor manera de enseñar a los niños las reglas y comportamientos respecto a la alimentación. Si la ansiedad y la preocupación caracterizan el ambiente en la mesa, esto condicionará a los niños. El comportamiento alimentario, de hecho, es algo que se aprende y la relación que tienen los niños con la comida se ve influenciada por el significado que tiene ésta para los padres. El niño construye su relación con la comida sobre la base de lo que ve en su entorno familiar. Por tanto, el ejemplo y el valor atribuido a la alimentación por sus familiares, profesores y educadores afectan a la relación del niño con la comida.

En general todos los niños pasan por fases en que se niegan a comer determinados alimentos y por épocas en las que comen más o comen menos, pero ¿cuándo deberíamos preocuparnos realmente los padres?

En la mayoría de los casos el comportamiento anormal de los niños hacia los alimentos es transitorio, ligado a momentos particulares de crecimiento. En ese sentido, es apropiado distinguir entre los comportamientos alimentarios transitorios, en los que el niño trata de expresar su sufrimiento a través de la comida, y otros comportamientos más complejos en los que la terquedad y la oposición a la comida pueden ser signo de trastornos alimentarios. Es bueno recordar que los trastornos alimentarios (anorexia, hiperfagia, obesidad) también pueden ocurrir a una edad temprana.

“El comportamiento alimentario es algo que se aprende y la relación que tienen los niños con la comida se ve influenciada por el significado que tiene ésta para los padres. El niño construye su relación con la comida sobre la base de lo que ve en su entorno familiar”

¿Son muchos de estos trastornos alimentarios que sufren los niños desde la primera infancia una forma de canalizar otros problemas personales o psicológicos? Quiero decir, ¿utilizan los niños la comida como una forma de expresarse, de pedir ayuda, amor y atención a los padres?

La relación con la comida es para el niño una primera forma de comunicación y de expresión de su relación emocional con mamá y papá y, más generalmente, su relación con el medio ambiente. La conexión “comida-amor-mensaje” es, por tanto, muy fuerte, debido a la posibilidad de que el niño exprese sus problemas a través de la conducta alimentaria. En el libro señalamos que incluso en la mesa, el niño siente la necesidad de expresar su subjetividad y de ser reconocido. Los tiempos de comida tienen para el niño un importante valor relacional y emocional y, por lo tanto, pueden fácilmente convertirse en el “lugar” para comunicar problemas internos que es importante escuchar. También puede ocurrir en la primera infancia porque el niño, siendo aún pequeño, no tiene suficientes herramientas para comunicar con sus palabras las dificultades y penurias. El comportamiento hacia los alimentos se convierte entonces en la forma de expresarse.

A propósito de ese valor relacional y emocional de la comida para los niños, ¿qué importancia tiene el comer toda la familia junta, alrededor de la mesa, a la hora de prevenir/evitar estos trastornos alimentarios?

En nuestra cultura la comida es parte de un ritual social. Hoy en día, sin embargo, debido a los estilos de vida agitados que llevamos, este ritual se ha deteriorado gradualmente en favor de comidas rápidas que se ingieren de forma solitaria. La comida en familia y el momento de la mesa son instantes muy especiales que deben valorarse, ya que combinan el afecto y la disciplina y permiten que los niños experimenten en conjunto con los padres, hermanos y parientes. En nuestro libro sugerimos “revivir el banquete”, es decir, promocionar la dimensión que tiene el convivir todos sentados en la mesa y permitiendo que el niño experimente este momento con mamá, papá y los hermanos.

¿Y qué papel jugamos los padres en el desarrollo de estos trastornos alimentarios? ¿Pueden nuestras reacciones, acciones y actitudes ser un factor desencadenante de los mismos?

Los padres son cruciales en la vida de un niño desde la primera infancia. No obstante, no sería justo dar una explicación causal de la relación entre los padres y los trastornos de la alimentación, ya que, desde la perspectiva del psicoanálisis y como se destaca en el libro, siempre es el niño el que elige utilizar la comida para transmitir mensajes y / o establecer una protesta.

“Los tiempos de comida tienen para el niño un importante valor relacional y emocional y, por lo tanto, pueden fácilmente convertirse en el “lugar” para comunicar problemas internos que es importante escuchar”

Es que en ese sentido me llamó la atención el ejemplo que contáis de Bettina, una niña que desde pequeña tenía sobrepeso y a la que los comentarios de su familia sobre este aspecto la han llevado a sufrir obesidad en la adultez: ¿Deberíamos tener más cuidado los padres respecto a los comentarios que hacemos a nuestros hijos y a otras personas del entorno en relación al cuerpo? Me refiero a los repetidos “qué delgado estás” o “tienes que bajar de peso” que pueblan nuestras conversaciones…

Es difícil dar respuestas generalizadas ya que cada familia es diferente y cada uno de sus componentes deben ser considerados en su singularidad. No hay que olvidar que los padres son las primeras referencias a las cuales el niño se dirige a la hora de construir su imagen. Obviamente, hay que poner un poco de atención a los juicios de valor que hacemos sobre el físico de las personas, pero nosotras no abrazamos la lógica de causa y efecto con respecto al impacto del comportamiento de los padres sobre los problemas de la alimentación de los niños. A la inversa. Hacemos hincapié en la importancia de apoyar a la familia en la comprensión de la apelación que a menudo el niño transmite sólo para ellos a través del uso de una conducta alimentaria distorsionada.

¿Y hasta qué punto los cánones de belleza imperantes (amplificados por los medios y reproducidos por el propio entorno) potencian también el desarrollo de estos trastornos? ¿Cómo podemos luchar los padres contra esos cánones, transmitir a nuestros hijos el valor relativo de los mismos?

En la sociedad actual está abierto a todos, pero especialmente a los jóvenes, un discurso que se centra en la imagen del cuerpo y que da un valor muy alto a la estética para garantizar la inclusión y la aprobación social y comunitaria. Esto produce una profunda confusión entre política y estética: Hoy en día es bueno lo que es bello y la belleza se identifica con la apariencia y la delgadez. Junto a esto encontramos también un debilitamiento de las referencias simbólicas, de los límites, del valor del “no” y una devaluación de la experiencia de la frustración. Hoy en día sin duda es más difícil hacer cumplir los principios educativos y éticos, es decir, el valor del ser en lugar del parecer.

Esos cánones de belleza de los que hablamos tienen especial impacto sobre los adolescentes. ¿Es la adolescencia la etapa más conflictiva con respecto a los trastornos alimentarios?

La pre-adolescencia es una época en la que la revolución provocada por el cuerpo lleva al individuo a dejar atrás la niñez. Por lo tanto, los cambios físicos de la adolescencia se acompañan de cambios psicológicos a través de los cuales los chicos intentan dar un sentido y significado a lo que está sucediendo en el cuerpo y en su interior. Esta fase es muy importante porque tiene que ver, sobre todo, con la ardua y difícil tarea de aceptar la nueva imagen de sí mismo, las nuevas formas del cuerpo, la apariencia física. Esto puede conducir a conflictos y crisis. Precisamente en esta situación “tormentosa” la comida puede asumir nuevos significados para los niños. Estos jóvenes, que participan en la búsqueda de sentido y que luchan con un cuerpo “ingobernable” pueden tener problemas y encontrar refugio, para mal, en los alimentos.

“Hoy en día es bueno lo que es bello y la belleza se identifica con la apariencia y la delgadez. En ese sentido, resulta más difícil transmitir el valor del ser en lugar del parecer”

En el libro hacéis referencia continua al “amor” como un elemento clave, muy relacionado con la alimentación. ¿Es más importante si cabe el amor hacia nuestros hijos en una época tan delicada como la adolescencia?

Como hemos tratado de destacar en la articulación del libro, en la infancia y la adolescencia cuando un niño se come un alimento llena el estómago, pero también nutre el corazón y busca respuestas a la cuestión del amor, al deseo de ser deseado y reconocido como una entidad única y con un valor diferente. La adolescencia es una época de evolución que todavía necesita del apoyo importante de los padres, de unos padres que deben ser capaces de “estar disponibles” de la manera más adecuada a las características y necesidades de desarrollo que este período abre. La adolescencia no marca un fin, sino un nuevo principio que necesita de la presencia respetuosa de los padres en su insustituible función de orientación y guía.

Prevenir es mejor que curar y en la infancia es posible, escribís en las conclusiones de vuestro libro. Para terminar, ¿Por dónde podemos empezar los padres esa tarea de prevención?

Prevenir para nosotras no significa aprender, sino saber tomar precauciones. Es importante no olvidar que la relación afectiva siempre impregna a la conducta alimentaria. Además, como ya hemos comentado, la comida es una metáfora del amor y, por lo tanto, se puede utilizar para transmitir dudas y apelaciones que se relacionan con este registro. En concreto, con respecto a la prevención de los trastornos alimentarios, hacemos mucho hincapié en la facilidad con la que la comida puede ser utilizada para expresar un malestar, una dificultad o una angustia psicológica. En ese sentido, es muy valiosa la confianza de los padres en su capacidad para detectar y responder a los mensajes que los hijos les puedan transmitir a través de la comida.

Autor entrada: Adrián Cordellat

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