El suicidio se cobra más de cuatro mil vidas al año en España

 

El suicidio es la principal causa de muerte no natural en España, muy por encima de los accidentes de tráfico. Pese a su incidencia, y a la posible prevención, sigue siendo un tema tabú alrededor del que giran algunos mitos difíciles de eliminar.

 

 

Alrededor de 10 personas mueren cada por suicidio en España, siendo ésta la principal causa de muerte no natural de nuestro país, muy por encima de los accidentes de tráfico. Además, se estima que por cada una de esas personas que fallecen, ha habido otras 20 o 30 que lo han intentado sin conseguirlo. Un intento frustrado que nada tiene que ver con llamar la atención ya que el 90% de las personas que mueren o intentan poner fin a su vida, tienen alguna patología mental –principalmente depresión, trastorno bipolar y esquizofrenia–.

Factores de riesgo y factores desencadenantes

Según María Acosta Benito, psicóloga, terapeuta ocupacional y experta en suicidio de la Línea de Rehabilitación Psicosocial de las Hermanas Hospitalarias, al hablar de suicidio no se puede hablar de causas directas que lo provocan sino de factores de riesgo y factores desencadenantes. “Todas las personas contamos con una serie de factores que incrementan nuestro riesgo de suicidio. Podemos hablar de factores de riesgo personales como el presentar una enfermedad física o mental, presencia dolor o discapacidad crónica, o sentimientos de indefensión o desesperanza frente a uno mismo y a la vida. También existen factores de riesgo familiares y sociales como la ausencia de una red social de apoyo, la ausencia del desempeño de roles ocupacionales significativos”, explica.

Existen factores de riesgo familiares y sociales como la ausencia de una red social de apoyo, la ausencia del desempeño de roles ocupacionales significativos.

Cuánto mayor es el número de factores de riesgo que presenta una persona, mayor es la probabilidad de tener pensamientos de suicidio. Y en algunos casos, según la psicóloga, se puede apreciar que existe un acontecimiento desencadenante de la crisis suicida: “En la historia vital de una persona que presenta factores de riesgo suicidas ocurre algo que puede hacer que se consume el suicidio. Estos factores desencadenantes pueden ser derivados de acontecimientos críticos o acontecimientos vitales estresantes a los que la persona ha de enfrentarse: pérdidas personales, conflictos, muertes de personas cercanas, pérdida de empleo o jubilación, entre otras cosas”.

También existen los llamados factores de protección como, por ejemplo, tener una sólida red social de apoyo, tener capacidad de resolución de conflictos y habilidades sociales o desempeñar roles ocupacionales como miembro de la familia. En estos casos, “las probabilidades de elegir el suicidio como forma de solución de sus problemas disminuye”, según explica Acosta.

 

Hablar de ello, reduce los suicidios

Hasta hace no tantos años las familias que lo vivían, ocultaban el drama del suicidio como si de un estigma se tratara. Siglos atrás, tal era la vergüenza social que los cuerpos de quienes decidían quitarse la vida eran enterrados fuera de suelo santo. Hoy las cosas avanzan y poco a poco se va hablando más de este asunto aunque, como reconoce María Acosta, “todavía queda mucho camino por hacer” ya que pese a que el suicidio se cobra casi cuatro mil vidas al año en nuestro país, “no es uno de los titulares más frecuentes en los medios de comunicación ni es uno de los temas de conversación que más se escucha”.

Explica Acosta que tras el tabú que rodea este hecho se encuentra la idea de que si se habla de ello se puede incitar a otras personas a cometerlo: “El simple hecho de poder hablar de ello reduce el riesgo de manera considerable. Si no es un tema que se trata, la persona que pueda estar pensándolo se sentirá extraña, “rara” y no se atreverá a pedir ayuda. Por eso es importante hablar de ello a todos los niveles, también los especialistas que deben hablar públicamente de ello de manera adecuada, sin generar sensacionalismos y siempre ofreciendo algún recurso de cómo solicitar ayuda para que llegue a las personas que puedan estar valorando el suicidio como opción.”

Ocurre también que se mantiene una idea equivocada, y que se repite como un mantra: “Quien realmente quiere suicidarse no lo dice”. Frente a esto, afirma Acosta que la mayoría de las personas que se suicidan han emitido señales, sobre todo la semana antes de cometerlo. “El tomar por alto las señales de sufrimiento de las personas hace que muchas veces se minimicen los riesgos de suicidio erróneamente”, insiste.

 

 

La prevención salva vidas

Desde organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) se pide a los países miembros priorizar esta cuestión en la agenda global de salud pública, en las políticas públicas y concientizar acerca del suicidio como una cuestión de salud pública. En España, aunque no existe ningún plan Nacional para el suicidio, sí hay algunos proyectos a nivel autonómico.

Entre las señales de alarma, la experta en suicidio de la Línea de Rehabilitación Psicosocial de las Hermanas Hospitalarias, destaca la emisión de comentarios negativos sobre sí mismos o sobre la vida en general como por ejemplo “no valgo para nada, soy una carga” o “mi vida no tiene sentido”. También hablar directamente de la muerte con frases como “me gustaría desaparecer, me gustaría quitarme de en medio” o, incluso, despedirse de las personas más importantes para ellos.

Pero insiste en que no son solamente verbales, sino que la comunicación no verbal cobra especial importancia en este asunto: “La persona con ideación suicida puede cambiar su forma habitual de hacer las cosas volviéndose más irascible, irritable o, por el contrario mucho más tranquilo cuando normalmente es una persona que muestra gran agitación.  Puede comenzar a regalar objetos valiosos, arreglar el testamento, cerrar asuntos pendientes o aislarse socialmente”.

Añade Acosta que no detectar estas señales no es sinónimo de que no exista riesgo, “pero es importante tener presente que seis de cada diez personas piden ayuda la misma semana que consuman el suicidio y dos de cada diez el mismo día que mueren. Es importante que estos indicadores puedan ser reconocidos por la persona con riesgo de suicidio como por sus familiares y personas más cercanas”.

¿Cuál es el papel del psicólogo con una persona que pueda presentar esas señales de alarma? Responde la experta que pese a que este profesional juega un papel fundamental en los apoyos que necesita una persona con ideas suicidas, la ayuda debe ser integral, es decir, ha de contar con un equipo interdisciplinar. “La intervención que se realice ha de ir encaminada a reducir esos factores de riesgo, incrementar los factores de protección y detectar las situaciones que pueden desencadenar una crisis suicida en cada persona. Así, la persona tendrá la oportunidad de elegir otras opciones diferentes al suicidio para hacer frente a la vida. De esta forma no sólo psicólogos sino terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales, educadores, otras personas que hayan sobrevivido a la experiencia… todos somos necesarios para poder individualizar cada caso y ofrecer a la persona las oportunidades que necesite”, concluye.

 

Autor entrada: Mónica

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