Revisar los clásicos de la literatura infantil: ¿sí o no?

Ahora que estamos leyendo más que antes (¿a que sí?!) no solo hacemos acopio de la biblioteca que tengamos en casa, sino también recordamos los clásicos de la literatura infantil: Blancanieves, Cenicienta, Caperucita Roja, la Bella Durmiente, La Princesa y el Sapo… Y puede que algunos os hayáis dado cuenta de los mensajes que envían.

Hace poco leía a una periodista de divulgación (se dice el pecado pero no el pecador) que dudaba de la necesidad de revisar los clásicos infantiles. El argumento era lógico: crecimos con ellos, tienen siglos de antigüedad, todos sabemos diferenciar entre realidad y ficción….

También está el extremo opuesto. Como el de la escuela de Barcelona que decidió retirar de su biblioteca 200 cuentos clásicos por considerarlos “tóxicos” al contener patrones “sexistas”, por vincular la maldad a lo femenino a través de reinas malvadas, madrastras crueles, hermanastras envidiosas o brujas sin escrúpulos.

En el medio estás virtud, dicen los sabios. Por ello lo mejor es recurrir a las fuentes y no dejarse guiar por opiniones.

En la versión de Blancanieves de los hermanos Grimm (extraída de Todos los cuentos de los Hermanos Grimm, de editorial Antroposófica) , la reina trata de matarla tres veces, una ahorcándola, otra clavándole un peine envenenado y la tercera con una manzana. Con esta casi lo consigue, pero cuando llega el príncipe y le pide a los 7 enanos que le regalen el ataúd de cristal porque “no puede dejar de ver a Blancanieves”, este se le cae y el golpe hace que ella escupa el trozo de manzana envenenada y vuelva a la vida…No hay beso

Tampoco hay beso en La Bella Durmiente: el hada que le lanza la maldición dice que dormirá durante 100 años y cumplido el siglo despierta.

La princesa y el sapo (versionada libremente por Disney como Tiana y el sapo), que en el original es El Rey Sapo, es otro ejemplo de besos que no existieron. Aquí el sapo le pide a la princesa primero que la lleve al castillo, luego que la lleve a su cuarto, y finalmente que la lleve a su cama. Esto último se lo pide tantas veces, y tantas veces se niega la princesa, que termina estampando al batracio contra la pared…y ahí se rompe el hechizo. No hay beso.

La Cenicienta. El original sí que vale la pena. Una de las hermanas, como no le entra el zapato de cristal, se corta el dedo gordo y se lo pone. El príncipe solo se da cuenta del engaño porque dos pajaritos le avisan con una rima que el zapato está lleno de sangre: “Sangre hay en el zapato, el zapato no le va. La novia verdadera en casa está”. A la otra hermana tampoco le entra el zapato y se corta el talón, con hueso y todo… Y otra vez el príncipe no se da cuenta hasta que los pajaritos le avisan.

Obviamente Cenicienta se prueba el zapato, le va y en la boda, a la que van las dos hermanas, los pajaritos cabrones le arrancan los ojos y a la madrastra la obligan a bailar con unos zapatos de hierro al rojo vivo. Hasta que cae muerta. Sí, una joyita la literatura infantil.

Caperucita roja…otra historia que ha sufrido un adaptación desde la versión de Charles Perrault. En ella el lobo se come a la abuela, después a Caperucita y ahí termina la historia. Ni cazadores ni castigo al lobo…nada.

Todo esto muestra que los cuentos clásicos ya han sido adaptados, incluyendo besos “de amor verdadero”, quitando eventos sanguinarios, pero dejando figuras de hombres pusilánimes, como la mayoría de los reyes y describiendo príncipes que perseguían siempre lo mismo a capa y espada.

Personalmente no estoy de acuerdo con que se prohiban libros, aunque el mensaje no sea agradable. En lo que sí creo es en dar las herramientas a quienes los lean para que puedan detectar los detalles que no corresponden y comparar, con nuevas historias, con discusiones o con otros recursos, cómo serían los y las protagonistas de estas historias si transcurrieran en el siglo XXI.

Autor entrada: Juan Scaliter

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