¿Cómo explicarles la muerte a nuestros hijos?

Sea por curiosidad, por conversaciones oídas a escondidas (y no tanto), por las noticias…estamos en un momento en el que es difícil que nuestros hijos e hijas puedan hacer oídos sordos a la palabra muerte.  Es cierto que no es ajena a su realidad: en los clásicos de la literatura infantil muere la madre de Blancanieves, la de Cenicienta, en la películas la madre de Bambi, el padre en el Rey León… (ya hablaremos algún día de la figura paterna en los clásicos infantiles), pero eso no quita que sea una de las conversaciones más temidas por nosotros. Y esto es por una sencilla razón: si les explicamos la muerte a nuestros hijos e hijas, primero tenemos que entenderla y asumirla nosotros. Y eso cuesta mucho.

“Vivimos en una sociedad tanatofóbica – me explica José González Fernández, psicólogo especialista en duelo, autor del libro Acompañar en el duelo –, pero no nacemos con ese miedo, viene de la educación. Intentamos sobreproteger a los niños, como quizás hacíamos antes con el sexo. Y todo lo que se oculta o no se transmite con naturalidad, se convierte en un tabú. La mente infantil está más preparada de lo que creemos para afrontar la muerte, somos los adultos, desde nuestra tanatofobia los que queremos tapar esto. Hay una pauta muy clara en duelo infantil: si tiene capacidad para hacer la pregunta, tiene capacidad para escuchar la respuesta. Esto no significa que la respuesta no le genere malestar, es un malestar que si es honesto, natural y progresivo les ayuda a comprender lo que está ocurriendo”.

No existe un manual, un diccionario, una receta perfecta para hablar de la muerte. LA charla puede venir en un momento esperado y programado, como puede llegar de imprevisto. Por eso vamos con algunas claves. Puede que os sirvan todas, quizás solo una o ninguna.  Tampoco hay una respuesta correcta. Pero puede que esto nos ayude a encontrar la propia.

Claves:

1) ¿Podemos evitarles el dolor?

Entonces llega el momento. Y la primera pregunta lógica, como padres o madres es, ¿cómo se lo cuento sin que se ponga triste, sin que sufra?

“Es una idea loca – coincide González Fernández –, ¿cómo no va a tener tristeza si perdió a alguien querido? Las emociones no son positivas y negativas, son desagradables pero todas son útiles, por eso las tenemos en nuestro repertorio emocional. Lo que pasa es que a algunas de ellas, como la rabia la ira, el enfado, las tratamos de extirpar porque las consideramos negativas. Lo positivo de esto es que si los primeros procesos de muerte para el menor se transmiten de forma natural (puede participar en la despedida, puede preguntar sin temor a la incomodidad de los padres, etc.) los siguientes procesos les resultarán más sencillos”.

2) ¿Cuánto le decimos?

La respuesta corta sería: todo lo que responda a su pregunta. Nada más y nada menos. La sobreprotección puede que no sea una buena consejera.  “Igual que a nivel biológico los niños enferman más porque los sobreprotegemos – añade González Fernández – porque los sacamos menos a la calle y no desarrollan anticuerpos, lo mismo pasa a nivel psicológico. Los tratamos de proteger de experiencias vitales y en su vida van a tener parejas que los engañen, jefes que no sean justos, amigos que les defrauden… Esa frustración la van a vivir. Todo lo que ayude a naturalizar es bueno”.

3) ¿Qué lenguaje usar?

Esta es otra de las dudas habituales: ¿debemos evitar ciertas palabras? ¿Ir a un lugar espacial?, ¿convocar a la familia?, ¿hacerlo a solas?

La realidad es que es muy sencillo: “Si convivimos con nuestros hijos sabemos hablarles y hacernos entender por ellos – afirma González Fernández –. Cuando preguntamos cómo hablarles sobre la muerte a nuestros hijos, es una pregunta retórica: lo queremos es entenderlo nosotros. En cierto sentido volvemos a tener 7 años, cuando muere alguien querido. Y por eso preguntamos cómo decírselo a un niño, nosotros somos ese niño también”.

4) ¿Ir o no ir al tanatorio?

Lo habitual es que no se vean niños en el tanatorio, pero dependiendo de la edad y la madurez, puede no ser algo malo. “¿Me acompañas a despedirme del abuelo? – explica González Fernández – puede ser un buen modo de iniciar esa conversación. Hay que explicarle que habrá gente enfadada, triste…y esa será la forma en la que cada uno se despide de sus ser querido. Y que ellos lo puedan ver para aprender las diferentes formas de gestionar. Así tendrán una primera comprensión de lo que sucede cuando perdemos a alguien. Ellos son más sanos y honestos y cuando no se atreven a preguntar algo, es porque el mensaje que reciben es que de ello no se habla, si cuando nos preguntan por el abuelo, les cambiamos de tema, ya no preguntarán más. Si mi padre enfermara y mis hijos no pudieran ver el proceso o despedirse de él, sería mucho más difícil para ellos elaborar el proceso”.

5) ¿Por qué me pregunta eso?

Si, lamentablemente, ya habéis tenido esta charla, sabéis que los niños y las niñas pueden hacer las preguntas más extrañas y hasta insensibles, para nosotros. La clave es comprender que necesitan comprender lo que está ocurriendo y sus consecuencias.

“Los niños no nos van a preguntar si el abuelo se desangró – señala este experto –, pero van a preguntar quién lo va a llevar al parque. Su objetivo es comprender cómo cambiará su mundo. “Quiero saber cómo será mi mundo sin esa persona”, esa es la clave de sus dudas. Y hay que ser muy claro y muy honesto. Sin dar más información de lo que se pregunta busca, pero sin mentir”.

6) La tentación de mentir

Cada uno, de acuerdo con sus creencias, puede utilizar la estrategia que quiera. “El abuelo se fue al cielo”, “la abuela es una estrella ahora”, “se fue de viaje”, “se quedó dormido para siempre”…

“Lo peor es que si tenemos una respuesta para su pregunta, no se la demos – afirma González Fernández –. Que les engañemos. Los niños y niñas cuanto menos dominan el lenguaje verbal, mas dominan el lenguaje no verbal y son muy rápidos para descubrir los engaños. Aunque seamos los mejores actores del mundo, los niños saben cuando nos han hecho una pregunta que nos hace tambalear, se dan cuenta que nos incomodan y optan por no volver a preguntar. Y eso dificultará su capacidad para procesar emociones. Hay tres claves que deberían quedar claras. La irreversibilidad de la muerte. En esta vida no se le va a aparecer el abuelo, la abuela no va a venir del cielo en navidad. No es como la batería de la tableta que se puede cargar. En este caso se ha roto. El segundo es la universalidad: todos vamos a morir. Y el último es la progresividad. Debe quedarles claro que enfermedad y muerte no es lo mismo. Cualquier enfermedad no lleva a la muerte. Hay que mostrarles que hay una distancia entre salud y muerte, por eso es importante que vean las etapas”.

7) ¿Y si me ve llorar?

Cualquier muerte que le impacte a nuestros hijos, seguramente también tenga un efecto emocional en nosotros. Y entonces lo más probable es que en algún momento lloremos. ¿Está bien que nos vean? “No, nunca está mal que nos vean llorar por haber perdido a un ser querido. Así les damos permiso también a ellos para expresar sus emociones – asiente González Fernández – les ayuda a empatizar y a gestionar las emociones ajenas, para comprender y ayudar a contener a los demás. Yo tengo que poder mostrar mis emociones de forma natural, pero sin que ello convierta a mis hijos en nuestro paño de lágrimas”.

Sin duda esta es una de las mejores herencias que les podemos dejar a nuestros hijos: conocer sus emociones y reconocer y respetar las ajenas. 

8) La temida pregunta

Una vez que han hecho todo el proceso, que entienden que la muerte es universal, llega la pregunta más temida por los padres y madres. En mi caso particular solo pensar que tengo que responderle (y recordar que tuve que responderles) me anula.  ¿Me voy a morir yo?

“Esto es que la mente del niño está tratando de elaborar algo tan complejo como la muerte – concluye González Fernández –, pero cuando lo escuchamos de sus labios, nos asustamos. Casi siempre los miembros más sanos de un sistema son los niños y a menudo lo que más ayuda a los padres y madres a pasar un duelo es contarles a nuestros hijos, porqué tenemos que procesarlo. A veces sentimos que no somos capaces de hacer ciertas cosas como hombre o como mujer, pero no tenemos miedo si las hacemos como padre o madre. Ellos aprenderán de este comportamiento: si mostramos nuestras emociones, ellos mostrarán las suyas”.

Autor entrada: Juan Scaliter

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